La primera vez que fui a Bethlehem (pronunciado Bezlejem, o sea, Belén) fue cuando Lehigh University (pronunciado Lijai) me invitó para entrevistarme en su campus, después de la entrevista previa en la MLA (si quieres saber más del proceso pincha aquí). Era mediados de enero y yo tenía que coger un vuelo desde Durham, Carolina del Norte, al aeropuerto local de Bethlehem, donde ese mismo día se había desatado una tormenta de nieve. Mi vuelo llegó con seis horas de retraso, pero los que se convertirían en mis futuros colegas me esperaron pacientemente. Al día siguiente tuve la visita al campus cubierto de nieve y hielo: dar una clase, entrevistarme con varias personas del departamento, con colegas de otros programas, con el decano, dar una charla sobre mi tesis doctoral, y hacer un pequeño tour por el pueblo, en caso de que la universidad decidiera hacerme una oferta y yo tuviera que decidir si quería vivir allí. Del tour se encargó Antonio Prieto, un cubano bondadoso que después se convertiría no sólo en colega, también en amigo. Hacía tanto frío que Antonio decidió hacer el recorrido en coche; a pesar de haber vivido la mayoría de su vida en el área, Antonio seguía odiando el frío con pasión caribeña, como lo he odiado yo, cada año (cada invierno sufriéndolo, cada otoño anticipándolo, cada primavera acordándome de lo mal que lo acababa de pasar). Antonio condujo despacito por las carreteras llenas de sal y nieve sucia, el campus histórico que era muy mono, a pesar de la nieve, y las colinas donde se asentaban las fraternidades y sororidades. Después me dio una breve vuelta, todavía en coche, por el barrio aledaño a la universidad que ya desde el primer momento me pareció extremadamente pobre en contraste con la riqueza que supuraba el campus (y los BMW, Mercedes y grandes 4X4s de los estudiantes, que vi aparcados por todos sitios). Pero no me extrañó, lo mismo había visto en Duke University, la prestigiosa universidad privada a menos de 20 km de Chapel Hill, también rodeada por un barrio «conflictivo». Y lo mismo pasa en Yale y otras prestigiosas instituciones, inmunes a la miseria colindante.
Pero estábamos en el coche, con Antonio, que me iba explicando que la universidad se encontraba en la zona sur (South Bethlehem) y que en ese barrio habían residido siempre los trabajadores de la Bethlehem Steel (de la que hablé aquí), un barrio de inmigrantes y obrero que ahora estaba habitado fundamentalmente por puertorriqueños y dominicanos pobres, desempleados en su mayoría. Y que se disponía a cruzar el puente conmigo en coche para visitar North Bethlehem, la zona rica e histórica del pueblo, donde se formó el primer asentamiento moravo de la región, allá por 1741. Después de ellos vivieron las familias burguesas y después los empresarios industriales.
La historia de un río dividiendo a los empresarios dueños de las fábricas y los trabajadores que se dejaban en ellas la salud y la vida por un jornal me empezó a resultar muy cercana. Yo me crié en la margen izquierda. Entre el humo de Altos Hornos, Astilleros y Negrumo (así llamábamos a una fábrica que había entre Santurce y Ciérbana), podíamos divisar las mansiones de los que vivían en la margen derecha. Ellos decían que lo único bonito de nuestros pueblos (Santurce, Portugalete) era que desde aquí se podían ver los suyos (Las Arenas, Algorta). El parecido entre South Bethlehem y la margen izquierda se encarnó en una visión de una claridad innegable. Según Antonio me iba explicando la historia de la Bethlehem Steel me dijo que mirara hacia la derecha en el puente y ahí la vi: una enorme acería abandonada junto al río Lehigh de un parecido inquietante con Altos Hornos de Vizcaya en Sestao, a las orillas del Nervión. Mi reacción fue soltar un «hostia» muy poco elegante, teniendo en cuenta que el tour, como todo lo demás, era parte de la entrevista.
Durante esa breve visita no pude aprender mucho más, pero después de vivir trece años en el pueblo he llegado a aprender algo de su historia, una historia fascinante. Mucho de este conocimiento se lo debo a un colega inolvidable de Lehigh, Seth Moglen, que se mueve entre la literatura norteamericana contemporánea y un deseo insaciable de conocer la historia y las corrientes utópicas que la habitan. Bethlehem, en ese sentido, es un caso excepcional. Como dice Seth, un microcosmos de utopías perdidas de las que ya no queda ningún rastro. O igual sí. Lo que queda es precisamente la pérdida.
Hoy os cuento la primera de aquellas utopías. Fue la instaurada en 1741 por los moravos que llegaron a América en busca de lo que era ya una legendaria libertad. Estos moravos tenían creencias y costumbres curiosas y admirables. Abolieron las instituciones de la familia y la propiedad privada, y, aunque no está claro, parece que también la esclavitud. Crearon casas comunes para hombres, otras para mujeres, y los hijos eran reconocidos por sus padres pero pertenecían a la comunidad, cuidados y educados por todos. Funcionaban por sistema de trueque y compartían todos los beneficios que daban sus industrias, que eran muchas y muy bien montadas: molinos, curtidurías, herrerías, carpinterías, panaderías, todo tipo de explotación agrícola y ganadera. Eran autosuficientes y tenían relaciones amistosas con los nativos americanos de la zona, con los que hacían comercio. En fin, que eran tipos industriosos, bien organizados, libres de muchos de los prejuicios europeos.

¿Se lo imaginarían así?
Pero se empezó a correr la voz de que hacían cosas raras: además de haber destruido la propiedad privada y la familia, cuando llegaban extranjeros al pueblo los recibían con suculentos besos en los labios, adoraban a un Cristo andrógino, en cuya herida (esa hendidura donde Santo Tomás hinca su dedo) veían una vagina desde la que el Salvador daba vida, celebraban «lovefests» o fiestas del amor (que no tengo muy claro en qué consistían, pero suenan a realización de amor comunal).
En el cementerio más antiguo del pueblo todavía se puede observar, junto a los nombres alemanes de estos moravos, una lápida para un mohicano, varias de africanos. No hay distinción entre ellas. Solo los nombres. En la vida y en la muerte estos moravos parece que restituyeron en su comunidad la esencia igualitaria del primer cristianismo. Tal vez por eso (sí, tuvo que ser por eso) esta utopía fantástica apenas duró dos generaciones. Los moravos cerriles de este lado del Atlántico mandaron sus comitivas para que la locura de los americanos fuera reprimida y olvidada, no fuera a ser que algún otro loco quisiera repetirla. Nunca esa comunidad fue tan próspera como entonces y seguro que nunca tan feliz.
Cien años después de que esa utopía fracasara comenzaban los primeros pasos de lo que fue la Bethlehem Steel, un monstruo que transformó la vida de este pequeño pueblo, la economía del acero de EE.UU. y a todo su movimiento obrero, que luchó por la realización de su propia utopía. Sobre esta historia y lo que queda de ella —un casino Sands en el esqueleto de la acería y la prohibición por parte de su dueño de que su obreros pertenezcan a ningún sindicato— os hablaré otro día. En cualquier caso, nunca dejó de sorprenderme que la vida me llevara a ese pueblo que tanto se parecía al lugar del que yo provenía, no sólo por la monstruosidad de los altos hornos que os enseño arriba; también se parecían en las huellas profundas que dejan la explotación y la desposesión de las comunidades más vulnerables.
Muy interesantes tus crónicas. Yo tengo la referencia de algunos blog de economía que nos cuentan una historia de cuentos de hadas de la universidades USA que no parecen que concuerden con lo que tus nos cuentas.
Puede ser que en las universidades Ivy las cosas no sean así?
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Hola Jukian,
Gracias por el comentario y la pregunta. Es fácil vivir un cuento de hadas cuando se trabaja o se estudia en una universidad estadounidense porque es cierto que algunos aspectos son maravillosos. También, como en cualquier contexto social, algunas personas prefieren no ver o dar la espalda a ciertos problemas incómodos, como puede ser el abuso sexual o el racismo. En España lo hacemos en otros contextos. Las universidades, cuanto más prestigiosas, más intentan ocultar estos problemas porque además, como expliqué en la entrada sobre el sexismo, muchos de estos crímenes (porque son crímenes) se investigan dentro de la universidad, con lo que su trascendencia pública es mucho menor y es más fácil también tapar el problema. En cuanto a las Ivy Leagues, si vas a la página de EROC: http://endrapeoncampus.org/our-cases/ verás que están muchas de ellas en proceso de investigación y encontrarás enlaces a noticias en el NY Times y otros periódicos sobre estos abusos en prestigiosas universidades como Columbia, Darthmouth (Ivy Leagues), Berkley, etc. También Standford está siendo investigada. En fin, que desgraciadamente es un problema endémico que en los US se manifiesta en la universidad porque, al fin y al cabo, son microcosmos de lo social: la inmensa mayoría de los estudiantes residen en el mismo campus, no como en España, y eso da pie a que los problemas exteriores se maginifiquen en el interior. Si en España tuviéramos el mismo sistema residencial, igual nos encontraríamos con problemas similares. En cualquier caso, me alegro de que puedas contrastar versiones.
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Hola. He de decirte que me parece muy interesante el análisis que llevas a cabo de tu universidad y que asumo que en cierta medida puede ser extrapolable a otras universidades. Pero por otro lado, permíteme hacerte una pequeña crítica. Si tan mal lo veías todo, ¿para qué demonios estuviste allí 15 años…? A mí me hubieran sobrado 14 de ellos, de no haber estado a gusto. No se, me da que es como morder la mano de quien te da de comer…Te desacreditas tu misma de algún modo…..Muchas veces nos convertimos en esclavos de nuestras propias necesidades económicas por altas o bajas que sean……Poderoso caballero es don dinero….
¡Mucha suerte con la publicación de tu nuevo libro! En cuanto salga lo compraré.
Dani.
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Hola Dani,
Gracias por tu comentario y por la crítica, que me hace reflexionar sobre el tipo de entradas que he estado escribiendo. Solo hay una, «El Paraíso está en Davis Library» que es positiva. Las demás es cierto que son muy negativas. En realidad, todo esto que os cuento no es algo de lo que uno se da cuenta el primer año (sobre todo si llegas allá como llegué yo). Es después de un tiempo que empiezas a entender el sistema y sus trampas. De todas formas, mi experiencia allá tuvo cosas muy positivas (no sólo el sueldo): me pude realizar profesionalmente de una forma que creo que en España hubiera sido imposible. Así que he decidido que mi próxima entrada hablará sobre todas esas cosas positivas que hicieron posible para mí tener una vida profesional bastante plena, a pesar de los aspectos negativos de los que hablo. Y otra cosa más: durante ese tiempo, cuando fui consciente de esas injusticias, pensé que era posibles cambiarlas desde dentro del sistema. Igual todavía lo es (espero que así lo sea) pero no me quedé para comprobarlo. Gracias de nuevo por leer y comentar. Y espero, con la siguiente entrada, daros esa parte de la historia que ha estado ausente hasta ahora.
Edurne
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