Falacia #1, parte II: La universidad en EE.UU. es un espacio seguro, libre de racismo

lehigh1De observar una tolerancia endeble en Chapel Hill pasé a ser testigo de una hostilidad racial abierta en Lehigh University. Lehigh es una universidad privada de unos siete mil estudiantes ubicada a setenta y tantos kilómetros de Filadelfia y otros tantos de Nueva York. Los estudiantes de grado provienen en su mayoría de los estados de Nueva Jersey y Pensilvania, pertenecen a lo que en España consideraríamos la clase privilegiada (pagan más de $50,000 al año sólo en matrícula) y son blancos. Terriblemente blancos. La proporción de estudiantes no blancos es mínima y la universidad manipula los datos para que los estudiantes extranjeros (sobre todo asiáticos) que llegan en masa al programa de ingeniería de grado y posgrado entren en el contador como «minorías». Si se cuentan como minorías los estudiantes negros e hispanos estadounidenses no llega al 8%. Viniendo de un campus como el de Chapel Hill, me espeluznó la falta de diversidad económica y racial de Lehigh. Pero es ahí donde me gané las lentejas durante trece años y donde aprendí que el problema racial en EE.UU. era mucho más profundo de lo que pensaba. Si algunas fraternidades y sororidades de Chapel Hill ya tenían tufillo discriminatorio, lo que vi en Lehigh me horrorizó. El llamado «sistema griego» es un microcosmos del sexismo, racismo y clasismo que ahora veo reflejados en los discursos de Donald Trump. Yo entiendo al personaje Donald Trump. En Lehigh he tenido estudiantes que se podrían convertir en él.

En 1865 el industrial Asa Packer fundó Lehigh University.  Packer era el dueño del LehighValley Railroad y de lo que sería después la Bethlehem Steel: la acería de donde salieron la mayoría de las vigas de los rascacielos de Nueva York (para los amantes de Mad Men, hay un episodio en el que la agencia de Don Draper recibe un encargo de la compañía). La universidad se pensó como centro de educación para las élites de la naciente industria.

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Lehigh University; al fondo, la Bethlehem Steel (fuente: History Dept., Lehigh)

Desde muy temprano se instituyó el sistema de fraternidades, para lo que se construyeron enormes casas señoriales en las laderas del campus. Cuando la universidad se abrió a las mujeres en 1971, las sororidades se sumaron a este sistema. Mientras que en Chapel Hill solo el 18% de los estudiantes viven dentro del sistema griego, en Lehigh lo hace el 80%. Los códigos de conducta, sobre todo en las fraternidades, son absolutamente deplorables. El consumo de alcohol y cocaína es regular, las fiestas de cada fin de semana se distinguen por el sexismo y el abuso, las ceremonias de «hazing» (las pruebas que tienen que pasar los estudiantes para entrar en la fraternidad) son exaltaciones de la humillación y la degradación. Tres breves ejemplos: 1) unas alumnas me contaron que para entrar en una fiesta de una fraternidad, los hombres pusieron en fila a las mujeres; las medían el contorno de tetas y la largura de la minifalda. Si no llegaban a sus estándares, no podían entrar; 2) En estas mismas colas, los estudiantes de «color» eran rechazados abiertamente con insultos racistas; 3) una de cada cuatro mujeres en Lehigh ha sido víctima de un abuso sexual, incluyendo violación, que normalmente ocurre en esas mismas fiestas.

UmojahousePero hoy toca hablar de racismo, así que voy al grano. Ante este tipo de fraternidades y en un clima de hostilidad que hacía que muchos estudiantes minoritarios se cambiaran de universidad después del primer año, unos pocos estudiantes afroamericanos, latinos, y de otras minorías pidieron en 1991, su propio espacio. No fue hasta 2003 que Lehigh designó una casa, que fue bautizada como Umoja House (Umoja en suajili significa «unidad») y que incluía a hombres y mujeres. La protesta de las otras fraternidades hacia esta invasión de su espacio homogéneo no se hizo esperar y se materializó en 2006 con un incidente deplorable. Una fría mañana de noviembre los residentes de Umoja se encontraron una cabeza de ciervo decapitada en el porche de la casa. Una cabeza decapitada, sin piel, con la carne todavía ensangrentada y los ojos húmedos. La Presidente de la universidad, Alice Gast, se limitó a condenar el hecho y encargar una investigación a los agentes de seguridad del campus, cuya incompetencia nunca he logrado saber si se debe a dejadez, connivencia o falta de inteligencia. Un grupo de profesores empezamos entonces a pensar cómo convencer a los altos poderes universitarios de que el ataque a la casa Umoja no se trataba de un incidente aislado, sino que era la manifestación de un problema sistémico que se alimentaba de la «vida griega», y que los estudiantes minoritarios estaban totalmente desprotegidos en cuanto salían de las aulas y, a veces, incluso dentro de ellas.

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Concentración de The Movement

Al mismo tiempo, un grupo de estudiantes que rechazaban el racismo y sexismo de las fraternidades fundaron The Movement, un movimiento para erradicar este tipo de comportamientos en el campus. La tensión se hizo evidente pero la respuesta de los poderes administrativos fue taimada. Las medidas que propusieron fueron las mismas de siempre, confirmando su falta de imaginación y de ética y su dependencia en la lógica corporativa: encargar una encuesta a una consultora exterior sobre el «clima emocional» en el campus, abrir más altos cargos relacionados con «la diversidad» nombrándolos a dedo, y crear una comisión de profesores y gestores administrativos para hacer propuestas que después la Presidenta, su mini-mi (es decir, su Rector) y el Board of Trustees (junta de directores) se encargarían de desestimar. Cuando los alumnos que fundaron The Movement se licenciaron, el impulso de protesta entre los estudiantes en el campus desapareció. Y los profesores interesados en cambiar las cosas continuamos perdidos en el embrollo burocrático que creó la alta administración para congelar cualquier iniciativa real de transformación.

Pero nunca faltaron los motivos para luchar contra la cultura discriminatoria prevalente en la universidad. En 2008, la misma noche que fue elegido Barack Obama y que se proclamó que EE.UU. había entrado en una época postracial, varios estudiantes de color fueron atacados en el campus por compañeros blancos. En noviembre de 2013, la casa Umoja amaneció acribillada a huevos y una pintada con la palabra «nigger», el peor insulto que se puede hacer a un afroamericano.

FBRA raíz de este último incidente, un grupo de unos 30 estudiantes de color fundó el grupo From Beneath the Rug (FBR), mucho más beligerante y agresivo en sus prácticas que The Movement. Lehigh habría escondido el incidente contra la casa Umoja como escondió el de 2006 en investigaciones internas que no conducían a nada si no hubiera sido por el ruido que hicieron los estudiantes del FBR. Debido a sus protestas y a su uso inteligente de las redes sociales, el asunto trascendió a nivel nacional. El OCR (Office of Civil Rights) del gobierno federal comenzó una investigación contra Lehigh por permitir estos abusos en el campus. Se encontró al estudiante responsable del acto vandálico y se le expulsó de la universidad, pero no se tomaron ni se han tomado hasta el momento medidas de peso para cambiar el clima en el campus, porque entre estas medidas estaría la supresión o, por lo menos la disminución, de la presencia de fraternidades y sororidades en el campus. Pero las fraternidades (y en menor medida las sororidades) están protegidas por el Board of Trustees, cuyos miembros son ex-alumnos de Lehigh, vivieron en esas fraternidades y nutren la red de influencias de los estudiantes que forman parte de ellas en el presente. Es decir, las fraternidades son una forma de perpetuar no sólo una cultura sexista y racista, sino una élite económica y su acceso al poder.

Al mismo tiempo que los estudiantes crearon el FBR, un pequeño grupo de profesores fundamos un «Caucus», una especie de asamblea para ejercer presión, obligar a la administración a revisar las estructuras de poder que hacen posible este clima contaminado y hostil, no solo para los estudiantes. Pero la presidente Alice Gast, el Provost Patt Farrell, el Board of Trustees, el decano del College of Arts and Sciences Donald Hall junto con los decanos de los otros Colleges, y todo el aparato administrativo a su alrededor nos negaron siquiera la oportunidad de discutir un cambio real. El «caucus» se quedó cada vez más y más aislado, sin recursos administrativos para implementar ningún cambio de sustancia. Durante ese proceso comprobé que, a pesar de tener «tenure» (titularidad), a muchos de mis colegas les interesaba más estar a buenas con el poder que el bienestar de unos estudiantes que en ese momento eran totalmente vulnerables. También me di cuenta de que la agresividad de los estudiantes de color les incomodaba, les parecía contraproducente, incluso a algunos exagerada. O sea, que estos chicos podían protestar, pero dentro de los límites de lo políticamente correcto. Se les olvidó demasiado pronto que los estudiantes del FBR se expusieron valientemente, a través de su denuncia, a una comunidad que atentaba contra su integridad psicológica y física. Y que eran una treintena y perfectamente reconocibles en el campus por ser negros e hispanos.

El campus universitario debería ser un lugar en el que explorar, exponerse a nuevos conocimientos, aprender a pensar críticamente, formarse intelectualmente y al mismo tiempo madurar emocionalmente en un ambiente si no libre de prejuicios, por lo menos sí de agresiones. Los profesores podemos crear el ambiente adecuado para que esto se produzca dentro del aula. Pero además, la universidad tiene que hacer lo suyo para que cada estudiante tenga acceso a una experiencia educacional positiva. Lehigh, por mucho que esté en el ranking de las 40 mejores universidades del país, es una universidad fracasada. No sólo para los estudiantes minoritarios que si deciden hacer la carrera ahí sentirán discriminación y miedo, sino también para esos niños y niñas de papá privilegiados, que saldrán de Lehigh sabiendo mucho de finanzas pero sin haber aprendido un mínimo de ética, teniendo los mismos prejuicios racistas y sexistas que posiblemente tengan sus padres. Conseguirán un trabajo en la compañía de papá o de un amigo de papá, en el que el primer año de trabajo ganarán más de $200.000, volverán a Lehigh cada año para ver el partido de fútbol americano contra Lafayette y rememorarán los maravillosos años que pasaron en el campus. Y sus hijos, si son igual de mediocres y ricos que ellos, irán también a Lehigh.

2 comentarios en “Falacia #1, parte II: La universidad en EE.UU. es un espacio seguro, libre de racismo

  1. Estupenda fotografía de lo que el sistema universitario estadounidense esconde. A España llega la información tan distorsionada. Solo sabemos de universidades cuando hay un tiroteo y poco más. Y las películas y series tampoco suelen ayudar demasiado. Es triste que los que deberían ser los mejores años para cuestionar todo, para absorber experiencias de otros e intentar proyectar una sociedad más igualitaria en la que se te aprecie por tu cabeza y no por tu color de piel siga una siendo una utopía. No está bien generalizar, supongo que en algún lugar, en otros centros puede que haya avances.

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