Ya son mil las mujeres asesinadas por sus parejas o exparejas desde 2003, año en el que empezó a registrarse la violencia machista. La realidad sería mucho más terrible si se contabilizaran los crímenes machistas que ocurren fuera de la pareja. Recordamos casos como el de Diana Quer o Laura Luelmo, pero hay otros anónimos, feminicidios que pasan inadvertidos porque las víctimas son mujeres marginales. De algunos sólo aparece una nota breve en un periódico de provincias, otros se vuelven fenómenos mediáticos. Cuando es así, la información a menudo se nutre y se amplía a través de la búsqueda del detalle morboso. Cuando la historia de la mujer asesinada no crea audiencias, su muerte pasa a ser un caso más, una estadística. Así, el resultado es bien la normalización del horror (la violencia machista se presenta como una lacra inevitable, casi como un desastre natural), bien su banalización en esas tertulias matutinas que hacen de la desgracia espectáculo. Seguir leyendo