Nuestro conocimiento del pasado está configurado por una amalgama de saberes. Estudiamos historia en los colegios y en las universidades, leemos novelas y libros históricos, vemos películas y documentales, observamos fotografías que nos ayudan a visualizar aquello que ya no existe o que se ha transformado con el paso del tiempo, a través del arte entendemos sensibilidades pasadas. También, con suerte, nuestros mayores comparten sus experiencias de vida con nosotros. El pasado es una fuente inagotable de conocimiento: reconstruirlo en su totalidad es una labor imposible e infinita, su interpretación varía según pasa el tiempo y se encuentran nuevos datos, se aplican nuevas teorías. Además, el pasado no es sólo historia, es también memoria. Y la memoria no remite únicamente al dato o al detalle histórico. La memoria aporta una interpretación afectiva e íntima del pasado que no por ser subjetiva es menos valiosa. La memoria que el archivo histórico no recoge nos abre la puerta a un tipo de conocimiento necesario, nos invita a entrar en espacios donde a la historia no le gusta tanto transitar. Reflexiono sobre todo esto después de leer Dicen, de Susana Sánchez Arins (editorial De Conatus). Seguir leyendo