Hace pocos días, el 7 de septiembre, el abad de Montserrat, Josep María Soler, pidió públicamente perdón por los abusos sexuales a menores cometidos por religiosos en su monasterio, en particular por un depredador con nombre y apellido: Andreu Soler, quien abusó impunemente durante 40 años de un número todavía indeterminado de menores. El pederasta murió en 2008 sin haber sido juzgado por sus crímenes. “Muerto el perro, se acabó la rabia”, debieron de pensar los abades y monjes que lo protegieron. Hasta que ahora, el otro Soler, el abad, ha decidido airear el tema, pedir perdón y prometer “protocolos” (asumiendo así que el abuso de menores es inevitable y que lo que faltan son “protocolos” para detectarlo, en vez de erradicarlo). Seguir leyendo