Después de perder a su hija Sophie en 1920, Sigmund Freud matizó su teoría sobre el trabajo de duelo. Hasta el momento había sido inflexible en la diferenciación entre duelo y melancolía: el primero, forma “sana” de afrontar una pérdida; la segunda, declive patológico, resistencia a asumir esa pérdida y sustituir el objeto deseado por uno nuevo. En una carta a su amigo y colega Ludwig Binswanger, quien acababa también de perder a un hijo, Freud escribe: “Se sabe que el duelo agudo (…) hallará un final, pero que uno permanecerá inconsolable, sin hallar jamás un sustituto. Todo lo que tome ese lugar, aun ocupándolo enteramente, seguirá siendo siempre algo distinto. Es así, es la única forma de continuar con el amor que no se quiere abandonar”.

A veces, por amor, ni queremos ni podemos superar el dolor por la pérdida de un ser querido. A veces necesitamos encontrar un refugio donde cobijar ese dolor y protegerlo, darle el espacio que necesita. Seguir leyendo