El sueño americano muere en Chicago

Publicado en El Correo el 5 de enero de 2016.

Cuando Barak Obama ganó las elecciones en 2008 yo vivía en Estados Unidos. Seguí por televisión su discurso en el Grant Park de Chicago y me emocioné al ver a tanta gente de color celebrando su victoria, escuchando sus palabras: «Éste es nuestro momento para poner a nuestra gente de vuelta al trabajo, abrir las puertas de la oportunidad a nuestros hijos, restaurar la prosperidad y promover la paz; para reclamar el sueño americano…».

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Fotografía de Ian Allen para The Atlantic

Por fin había llegado la hora de la justicia, él sí iba a ser capaz de sanar las antiguas heridas de los más desposeídos. Pero en ese mismo Chicago de la esperanza en el que todo parecía posible, muere cada día, violentamente, el sueño americano. Según el Departamento de Policía de la ciudad de Chicago el 2016 se cerró con 762 homicidios, a los que se suman 4,331 víctimas heridas por impacto de bala. La violencia se concentra en el sur y oeste de la ciudad, el «Black Belt» (cinturón negro), barrios de mayoría afroamericana y latina.

Inmediatamente recurrimos al estereotipo —violencia de «gangs», bandas que se disputan los territorios para vender drogas o realizar otras actividades delictivas— sin considerar las causas de esa violencia. O recordamos películas como «Boyz ‘n the Hood» («Los chicos del barrio»), «Do the Right Thing» («Haz lo que debas») o «Friday». En parte el estereotipo es cierto —muchos de estos asesinatos son ajustes de cuentas entre bandas—, pero el número de muertes violentas fortuitas o no relacionadas con el crimen organizado es muy elevado. En el Chicago Sun Times (http://homicides.suntimes.com) se recogen las historias de muchas de estas víctimas: un chaval que muere acribillado en un fuego cruzado, una joven madre que iba empujando el carrito de su bebé alcanzada por una bala perdida, un hombre asesinado en una disputa de tráfico…. Las víctimas son siempre negras o latinas, encontrar a una blanca es tan raro que incluso los periodistas comentan la excepcionalidad.

El ayuntamiento de Chicago ha respondido a esta violencia por la vía policial, añadiendo a sus filas mil agentes. ¿Pero es esta la solución? Los habitantes de estos barrios depauperados están acosados tanto por la violencia de las bandas como de la policía. Hace unos meses se desveló un vídeo en el que un agente blanco asesinaba a sangre fría al adolescente Laquan McDonald: dieciséis tiros a bocajarro, rematándolo mientras el muchacho yacía en el suelo. Aumentar la presencia policial en estos barrios es poner una tirita tóxica en una herida que lleva abierta desde la llegada de la comunidad negra a la ciudad.

wkgixpyakrdxChicago es una ciudad segregada. Según investigadores de la Universidad de Illinois, es el área metropolitana más segregada de los Estados Unidos. Esto, como la violencia, no es algo que haya pasado de repente, sino que se ha heredado de la época del segregacionismo; en 1927 se crearon leyes explícitas en Chicago sobre dónde debían vivir los negros. Estas leyes, creadas para prevenir la integración racial, fueron declaradas anticonstitucionales en 1948 pero se transformaron sutilmente en políticas de urbanización, financiación de viviendas y exigencias de construcción ¿Cómo se explica si no que el 80% de los afroamericanos de Chicago vivan hoy en lo que en toda regla se pueden considerar guetos? Hay varias medidas que lo consiguen: a través del «exclusionary zoning» («designación exclusiva de zonas») y el «affordable housing» (lo que nosotros conocemos por viviendas de protección oficial). Por una parte, las casas más caras, unifamiliares, sólo se pueden construir en el norte de la ciudad donde el coste del suelo es altísimo, los lotes tienen una medida mínima gigantesca, y los impuestos de propiedad son exorbitantes. Por otra, los edificios de protección oficial o de apartamentos más asequibles sólo se pueden construir en el sur y el oeste de la ciudad. Además, los altos intereses y las condiciones de concesión de préstamos e hipotecas impiden que la población negra pueda comprar viviendas fuera de sus distritos y la obliga a vivir de alquiler. Esto tiene consecuencias en la división de la ciudad por razas, pero también en otras cuestiones tan fundamentales como la educación. Una familia pobre envía a sus hijos a la escuela pública en el distrito que le corresponde. Esos niños están condenados a una educación pésima en un ambiente de violencia.

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«NO DISPARES. Quiero crecer»

Muchos no acaban el graduado escolar. Si una familia del Black Belt quiere salir del barrio, conseguir una casita en las afueras donde los niños puedan jugar sin peligro, enviarlos a un distrito escolar donde reciban la educación que les permita ir a la universidad, es decir, si quieren ese sueño americano que prometió Obama en 2008, no lo van a alcanzar. Rezarán para que sus hijos no acaben muertos o en la cárcel.

Si con Barack Obama, que defendía el sueño americano para todos, la violencia ha llegado a estos extremos, ¿qué pasará cuando Trump gobierne? ¿Cómo afectará a lugares como Chicago vivir bajo un presidente que defiende el derecho a portar armas, que responde a la violencia con más violencia, que criminaliza a las comunidades negras y latinas? No me atrevo a imaginar una respuesta.