El Pico

a3c8b-el20pico2028198329Hoy rebusco en el baúl de los recuerdos y recupero, para este comentario, una película muy interesante de Eloy de la Iglesia: El pico, de 1983. Si no la has visto, te recomiendo que lo hagas antes de leer este comentario porque hay varios spoilers. Si la has visto, posiblemente recordarás las escenas de las que hablo aquí.

El pico es una de las películas míticas del denominado “cine quinqui” y narra la relación de dos muchachos heroinómanos en el contexto del Bilbao de los años ochenta con la particularidad de que el protagonista, Paco, es hijo de un comandante de la Guardia Civil y su amigo, Urko, es hijo de un diputado de la izquierda abertzale. Por una parte, el consumo de heroína empuja a los dos jóvenes a la criminalidad, el asesinato, e incluso la muerte de Urko, y por otra une a sus padres en una extraña colaboración para recuperar a sus hijos. El pico informa sobre el conflicto vasco y su relación con el mundo marginal de las drogas. Es una película que hace hincapié en la permeabilidad de la violencia tanto de la guardia civil como de ETA en el mundo político y cotidiano de los años de la «Transición» en Euskadi, concretamente en una zona –Bilbao y la Margen Izquierda– donde el creciente paro debido a la desindustrialización y el aumento del consumo de heroína crearon un mundo marginal, caldo de cultivo de la juventud más radical. Mi comentario de la semana pasada sobre el desarraigo de varias generaciones en la Margen Izquierda se puede ilustrar bastante bien con esta película. El pico podría entenderse simplemente como película de culto de los años 80, pero su valor transciende el impacto mediático o el efecto de shock que pudo tener en su momento. En esta reflexión me voy a centrar en sus implicaciones políticas en relación a la historia del conflicto vasco y al actual «proceso de paz». El pico ofrece una particular solución al problema de la violencia: la evasión, el olvido, el decretar que las cosas acaban cuando uno decide que acaban, sin que importen los hechos criminales del pasado, las consecuencias que éstos tienen en el presente, o cómo reconstruir lo personal y colectivo después de la violencia. Os hablo entonces de El pico como una representación cultural de estas actitudes, como un filme que muestra cómo la alienación e indiferencia ante el otro provoca un escapismo que resulta primero en violencia y después en prácticas perniciosas de olvido.

El escapismo viene provocado por la alienación que los personajes sufren en su entorno. Los personajes de El pico están desarraigados, abrumados por un entorno depresivo y gris. Las primeras imágenes del film nos sitúan claramente en el ambiente sociopolítico de Bilbao y la margen izquierda de principios de los años 80. El primer plano panorámico es de un Bilbao gris, sucio, industrial. Los paseos de los muchachos cerca de la sucia ría del Nervión, la desolación de los descampados, los viajes al devastado Baracaldo, y todo esto envuelto en el constante txirimiri, esa lluvia que encierra al área con una densidad húmeda, gris, melancólica, deprimente. Es el Bilbao que yo recuerdo de niña, de una dureza ahora inexistente.

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Además de este entorno tremendamente sombrío y opresivo, la familia aparece como institución represiva que también tiene un efecto alienador. Existe una absoluta falta de comunicación entre padres e hijos. Evaristo desea que su hijo siga sus pasos y los de todos los hombres de la familia: servir a la patria formando parte de la Guardia Civil. Esto va en el-pico-6contra de los deseos tanto de Paco como de su madre, pero ninguno de los dos tienen el poder de contradecir a Evaristo. La comunicación de Urko con su padre también es problemática, como se refleja cuando niega que sea amigo de Paco por ser éste hijo de un guardia civil. Este silencio que impregna las relaciones familiares y aliena a los personajes está relacionado con la herencia de un pasado de intolerancia y represión que podría haber sido representado solamente por el personaje de Torrecuadrada (el guardia civil), pero también lo muestra el padre abertzale. Además, la presencia de la madre en sus vidas es mínima. La madre de Paco agoniza sufriendo de cáncer durante toda la película, sumida en el dolor o en el sueño de la morfina. La madre de Urko está separada del diputado y vive en Biarritz. Los dos muchachos, por ser hijos de quien son –el mismo Urko señala que “cada uno tenemos el padre que nos ha tocado” –, buscan alternativas al mundo político y encuentran su unión en la heroína y los ambientes marginales en torno a ella.

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Evaristo, padre de Paco

La alienación política y social es más profunda en el entorno del protagonista, Paco, en su familia de origen castellano y de tradición militar que es incapaz de integrarse en el contexto vasco. Por su parte, Evaristo no entiende el mundo en el que vive, ni como comandante de la Guardia Civil en el contexto de la nueva democracia y mucho menos entiende la problemática vasca. La alienación de Evaristo no es solo evidente en sus diálogos con los otros personajes, también se enfatiza a través de un uso muy inteligente de la música en escenas claves. En varios momentos trascendentales de la película suena una melodía muy conocida en Euskadi: el “Que se vayan”, canción popular que invita a las fuerzas del estado español a salir de la región. En la película nunca se oye la letra, solo la melodía, pero los vascos nos la sabemos de maravilla: “Que se vayan, se vayan, se vayan, que se vayan de una puta vez. Que se vayan, se vayan, se vayan, que se vayan para no volver”. La primera vez que escuchamos esta melodía es en la escena en que un comando de ETA intenta asesinar a Evaristo. El hijo, a pesar de ir colocado de caballo, es capaz de salvar la vida a su padre. Según el coche del comando sale huyendo y Evaristo dispara su pistola, en una escena supuestamente dramática, escuchamos la música de charanga de fondo, lo cual resulta totalmente incongruente y desconcertante si no conocemos su contexto. Algo similar ocurre después de que Evaristo tiene una conversación con Martin Aramendia, cuando aúnan fuerzas para intentar encontrar a sus hijos, sospechosos de haber asesinado a El Cojo y su mujer, traficantes y confidentes de la guardia civil. El comandante le dice al diputado: “Ya sé que ustedes nos odian, pero esperaba que pudiera distinguir entre mis sentimientos y mi uniforme”. A lo que Martin le contesta: “¿Y qué coño me pide que haga una distinción que usted mismo es incapaz de hacer? Si quiere encontrar a su hijo, búsquelo, pero búsquelo usted y deje el tricornio en el cuartelillo”. Evaristo le hace caso y sale a la calle de paisano en su coche. Como trasfondo vuelve a sonar “Que se vayan, se vayan, se vayan…”. Así se marca la alienación del que no pertenece, ni con uniforme ni sin él.

La droga aparece como único recurso de los personajes adolescentes atrapados en este mundo sin salidas y opresivo. Paco articula claramente la función de la heroína en su vida casi al principio del filme, en una de sus primeras conversaciones con Mikel, un artista homosexual que le intenta ayudar (sin éxito) a desintoxicarse: “El caballo te da la paz. Esa paz de la que tanto hablan la encuentras de repente así, esnifando un poco de polvo”. Paco no tiene ningún interés en el conflicto político, como no lo tenía buena parte de su generación, que busca en la droga una paz artificial que, asimismo, les lleva a otro tipo de violencia: la autodestrucción o la violencia contra los demás, como el asesinato de El Cojo y su mujer. Deelpico3spués de matar a los traficantes y robarles 100 gramos de heroína, Paco y Urko se refugian en el piso de Betty, una prostituta argentina, donde no hacen otra cosa que picarse. En una escena dramática, Paco se levanta y abre la ventana e inhala la lluvia con fuerza, dando la espalda a Urko mientras éste se pica, en lo que constituye una de las escenas más famosas de la película por el erotismo con el que se representa el pico (no añado el fotograma porque me da una grima tremenda). Los dos respiran al mismo tiempo, sin ser Paco consciente de que su amigo se está muriendo. Urko encuentra la salida al callejón del crimen y la adicción, su escape absoluto, a través de la sobredosis. Como en cualquier sociedad traumatizada, el olvido del presente, esta vez provocado por el caballo, es lo que permite la supervivencia, aunque sea de zombi en el caso de la drogadicción, o el escape definitivo a través de la sobredosis.

hqdefaultY el olvido de todo lo ocurrido será lo que propugnen también los padres de los dos muchachos. Cuando están Martin y Evaristo solos delante del cuerpo inerte de Urko en la sala de la autopsia, se despiden: “Adiós”, dice Evaristo. “Agur”, dice Martin. Después de haber vivido juntos la angustia de no encontrar a sus hijos, el trauma de saberles no solo heroinómanos, sino también asesinos, estos dos personajes vuelven a reubicarse en su respectivos lados del conflicto. El “adiós” y el “agur” señalan que la experiencia conjunta no les ha unido en absoluto, sino que al final vuelven a sus odios como si nada hubiera pasado. No han aprendido nada de la experiencia, ni siquiera a fomentar el entendimiento del otro cuando hay un sufrimiento común. Mejor el olvido, actuar como si nada hubiera pasado. Esta idea se acaba por rematar en el final de la película.

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La escena final nos lleva a un escenario natural precioso, que contrasta con las imágenes de Bilbao y la Margen Izquierda que hemos visto durante toda la película. El escenario es Punta Galea, en Getxo. Tras una tensa conversación entre padre e hijo, llega el momento de la reconciliación. Evaristo le pide a Paco que le dé la droga robada, se acerca al acantilado, y mete la bolsa de heroína en el tricornio mientras dice “y esta porquería puede destrozar una vida”. Paco le contesta “¿te refieres al polvo o al tricornio?” El padre contesta tranquilo: “Muy gracioso. Aquí están todas las pruebas que se pueden usar contra ti: el arma homicida y el producto del robo.” Añade la pistola al tricornio y, en un gran gesto, lo lanza volando al mar. De fondo vuelve a sonar “que se vayan….” Y el padre pasa el brazo por encima del hombro del hijo mientras la mar se lleva el tricornio cargado de crimen. FIN.

Con esta escena se parece dar por supuesto que las cosas acaban ahí, que una vez que deciden deshacerse del origen de sus violencias –la heroína y la pistola para Paco, el uniforme y también la pistola para Evaristo–es como si el pasado se hubiese borrado. Ni siquiera parecen tener en cuenta que hay testigos de sus crímenes y de su complicidad; basta con la voluntad de cerrar el capítulo. Tampoco parece que les importe mucho reflexionar sobre las víctimas y si les deben alguna reparación. Al final, nadie asume su responsabilidad, ni en el contexto familiar ni en el social. Esto me lleva entonces a la reflexión del presente. Se habla de “normalización” y de paz, se habla de reconciliación y convivencia. Y parece que nos quedamos contentos con sentirnos «normalizados», como si por decirlo se convirtiera en verdad, como si por el mero hecho de renunciar al pasado, éste desapareciera. Y me pregunto si al final acabaremos como los personajes de El pico, sin reconocer nuestra complicidad, lanzando al mar nuestras culpas y responsabilidades.