(Ilustración: Bea Crespo)

Esta pasada primavera durante los momentos más duros del confinamiento hablaba todas las tardes con mi padre por lo menos durante una hora. La vida tenía pocos temas de conversación que ofrecer, así que nos propusimos un plan para nuestras conversaciones. Yo estaba en esos momentos en plena escritura de una novela que transcurre en un pueblo de montaña y le pedí a mi padre, originario de Navallos, un pequeño pueblo de la Ribeira de Piquín en Lugo, que me contara recuerdos de su infancia y adolescencia, antes de que emigrara definitivamente a Bilbao. Quería nutrir mi imaginación, empaparme del ambiente de su aldea, de los detalles de la vida cotidiana de un chico nacido en 1940, de qué supuso para él tener que irse del pueblo de niño cuando le enviaron con una beca internado a un colegio de jesuitas en Barcelona, de cómo veía el pueblo cada vez que volvía en verano, un año mayor. Seguir leyendo