Incongruente, desubicada, improcedente, anacrónica, fantasmal, pensé la primera vez que la vi. También pensé que la historia me había perseguido hasta aquí, donde menos lo esperaba, una carretera comarcal de Ávila por la que ni siquiera en la era prepandémica transitaban coches. Me imagino a un par de chavales montañeros de estética borroka (puede ser 1988 o 2001, no importa), con sus botes de spray en la mochila y dibujando con torpeza este «AMNISTIA OSOA» que llenó las paredes de mi pueblo, ese sí, en Euskadi, durante décadas. La primera vez que vi la pintada fue hace meses, cuando la vida era otra y Cataluña o el Brexit ocupaban los titulares diarios. Seguir leyendo