En la tragedia griega Antígona, Sófocles trata, entre otros muchos temas, la necesidad de elaborar el duelo, tanto en su dimensión pública como en la privada. Creonte prohíbe el duelo de Antígona por su hermano Polinices por considerarle un traidor: «En esta ciudad no se le honra, ni con tumba ni con lágrimas», dijo Creonte y lo decretó con una ley. Pero Antígona se rebela, insiste, entierra a su hermano. Como castigo a su rebeldía, Creonte la manda emparedar para que Tebas se olvide de ella. Y prohíbe nombrarla. Creonte tiene el poder absoluto porque tiene el poder sobre la vida, sobre la pérdida, sobre la memoria. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha entendido que el ritual de tránsito entre la vida y la muerte es esencial y que la memoria es una forma de retener a los muertos en el mundo de los vivos. En estos días extraños y tristes muchas familias han sentido trastocado el orden de la vida y la muerte, la secuencia lógica de la existencia, el derecho a una despedida, a un duelo debido.  Seguir leyendo