Reproduzco aquí este artículo que se publicó el 8 de marzo en El Correo.
A mí me parece muy bien que Cristina Cifuentes o Inés Arrimadas no secunden la huelga del 8M. Hacerlo sería una hipocresía, como lo es que sus partidos participen en la celebración del orgullo gay. Pero que sean consecuentes y digan, a las claras, que no son feministas. El feminismo de derechas no existe. El feminismo, como ideología de igualdad social, es incompatible con la defensa de las estructuras socioeconómicas y políticas del patriarcado y del neoliberalismo. Es como decir que Pilar Primo de Rivera, por tener un perfil público y político durante el Franquismo y ser mujer, era feminista, cuando lo que hizo fue institucionalizar la sumisión de la mujer. El hecho de que una mujer esté en política, tenga carácter o tome decisiones importantes no significa que sea feminista. El hecho de que una mujer opine sobre temas de mujeres no significa que sea feminista. El feminismo es una ideología de igualdad radical —esto es, igualdad desde la raíz— y la derecha neoliberal del PP o Ciudadanos lo que defiende es, precisamente, la desigualdad, el privilegio de los poderosos y la continuación de la explotación de los más vulnerables. Tampoco nos tendría que sorprender que estas mujeres estén en contra de la huelga feminista porque pertenecen a partidos que no son particularmente favorables a la lucha por los derechos de los trabajadores. El 8M es, que no se nos olvide, una celebración que tiene su origen en las protestas de las mujeres trabajadoras que, desde mediados del XIX y con su incorporación al trabajo en fábricas, protagonizaron huelgas multitudinarias en Europa y Estados Unidos. Y que tampoco se nos olvide que la primera propuesta de celebración de un día internacional de la mujer la hizo Clara Zetkin durante la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en 1910. Y que fue un 8 de marzo de 1917 cuando las mujeres rusas se sublevaron ante la escasez de alimentos y dieron paso a las revueltas que en octubre acabarían con el régimen zarista.
Así que lo que celebramos hoy —o por lo menos lo que yo celebro— es a la mujer trabajadora y lo hacemos —o por lo menos yo lo hago— desde el convencimiento de que el feminismo es una ideología y una práctica política que busca no sólo alcanzar los derechos que nos faltan para estar en igualdad de condiciones con los hombres (aquí habría que hablar de brecha salarial, techo salarial, falta de representación en instituciones, conciliación laboral, por supuesto violencia machista, etc), sino que busca transformar la sociedad desde sus estructuras más profundas. Reducir el feminismo a la lucha por beneficios individuales siempre ha llevado a su paralización como proyecto, hasta que las mujeres se dan cuenta de que todavía —sí, todavía— hay mucho por lo que luchar. Es el caso, por ejemplo, del sufragismo. Cuando las feministas de principios del siglo XX se centraron en la lucha por el sufragio, lo hicieron desde una concepción de la universalidad limitada al privilegio de la clase burguesa y blanca. Emma Goldman, la anarquista feminista de origen lituano que residió la mayor parte de su vida en EE.UU., criticaba el sufragismo porque veía claramente sus limitaciones: el sufragio no incluía ni a las mujeres negras ni a las prostitutas, era un movimiento de mujeres en su mayoría burguesas que no tenían que preocuparse de otras injusticias inmediatas, como sufrir jornadas de 12 horas en regímenes de explotación inhumanos, sin derechos reproductivos y sometidas a instituciones opresivas: el Estado, la religión, la familia, el matrimonio. Para Goldman el sufragio mal llamado universal no era la prioridad, sino cambiar las estructuras sociales que causaban la pobreza radical, que condenaban a la mujer a la explotación sexual y laboral, que la hacían ignorante e incapaz de defender sus intereses y derechos. Y estaba convencida de que el derecho a votar no iba a suponer el triunfo del feminismo, sino la perpetuación de una sociedad radicalmente injusta. Y no estaba tan desencaminada. Lo mismo ha pasado con otras olas de feminismo posteriores, que se enfocaban exclusivamente en la consecución de derechos inmediatos o se contentaban con alcanzarlos, como en España el derecho al aborto o el divorcio. Una vez que se consiguen esos derechos —que, por supuesto, son triunfos indiscutibles— nos relajamos, pensando que el feminismo ya ha cumplido su función y que por tanto se convierte en una ideología obsoleta o innecesaria. Hasta que salta la liebre de nuevo. Ahora ha vuelto a saltar, en buena medida gracias al #MeToo y la visibilidad que ha dado al abuso y al acoso de la mujer, pero también por otros temas en los que el feminismo tiene mucho que aportar, como el de la gestación subrogada y la necesidad de cambiar la legislación sobre violencia machista.
Por eso hoy, Día Internacional de la Mujer, he querido volver a los orígenes difusos pero indiscutibles de esta celebración y recordar el espíritu que impulsó a mujeres como Zetkin o Goldman a luchar, desde una idea de sororidad universal, por un cambio radical y profundo de las estructuras sociales, mujeres que no se conformaron con la consecución de derechos individuales e inmediatos, sino que se atrevieron a imaginar un mundo de igualdad y justicia social.
Se me hecho extraño y sorprendente que El Correo Español publicase un artículo tan explícito en torno al feminismo de clase. Lo he difundido porque me ha parecido muy pertinente y excelente. Aun así y entendiendo que la falta de espacio quizá lo impida, hecho en falta la reivindicación, que a día de hoy trata de obviarse por ciertos feminismos, del gran paso que supuso la Constitución bolchevique de 1918 en la que se legislaron decenas de los derechos de las mujeres (los muchos de los cuales se disfrutan hoy pero que no se implementaron en algunos paises hasta bien entrados los 70!) y además fueron implementados en la práctica (en condiciones extremas (guerra contrarevolucionaria, epidemia de tifus, hambruna, desabastecimiento, terrorismo blanco…) gracias a mujeres como Kollontai, Krupskaya, Armand…y millones de mujeres que en un par de décadas demostraron al mundo que solo el cambio de Sistema garantiza la implementación de los derechos porque la clave está en quién tiene el poder…y sólo una vez en la Historia el poder ha estado en manos de las mujeres y hombres trabajadoras…en los soviet).
Felicidades por el artículo
Eskerrik asko
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Gracias, Gabirel. Es cierto que la falta de espacio limita la cantidad de ejemplos y la profundidad con la que se aborda cada tema en una columna. Uno de mis hermanos hoy también me recordaba el debate entre Victoria Kent y Clara Campoamor sobre el voto femenino, por ejemplo, que podría haber sido interesante mencionar. Las mujeres que mencionas y otras anónimas que participaron en la revolución desde luego fueron indispensables en la lucha por los derechos de la mujer, y algunas de ellas fueron después víctimas del estalinismo (acabo de publicar una entrevista a la autora Monika Zgustova en la que hablamos precisamente de las mujeres del gulag). En cuanto a El Correo, en el más de un año que llevo publicando columnas de opinión, jamás me han tocado ni una coma ni me han rechazado un artículo.
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Edurne, gracias otra vez por tu interesante artículo. Yo estuve ayer en la manifestación de Barcelona. Me emocionó ver a tanta gente joven unida y gritando consignas de todo tipo, entre ellas muchas reivindicativas por la igualdad social y la precariedad laboral. Fue un poco como revivir los acontecimientos del 15 M. Creo que por fin la gente está perdiendo el miedo y la desidia a salir a la calle y hacerla suya, a reclamar lo que es justo, todo aquello a lo que tienen derecho como ciudadanos, recobrar la dignidad que estamos perdiendo con las medidas políticas conservadoras y neoliberales que unos y otros tratan de imponernos. Mientras recorría el Passeig de Gràcia rodeada de todas aquellas jóvenes, entre los gritos y las parcantas ocurrentes e «irreverentes» pensaba que quizás, sí, la calle es nuestra y que no podemos dejar de luchar porque otra vez el mundo se está convirtiendo en un lugar demasiado injusto y debemos parar los pies a quienes pretenden arrebatarbos la dignidad.
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Muchas gracias por tu comentario y por compartir tu experiencia ayer en Barcelona. A mí también me alegró muchísimo ver a tanta gente joven en Madrid: reivindicativas, alegres, ingeniosas. Había mujeres de todas las edades, pero ver a chicas adolescentes o veinteañeras me encantó.
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