Publiqué este artículo en El Correo/Diario Vasco el domingo 13 de agosto. Lo reproduzco aquí íntegro, añadiendo enlaces a las referencias.

Abrace a un turista, deje morir a un inmigrante

Mientras hombres, mujeres y niños mueren ahogados o abandonados a su suerte en el Mediterráneo, a algunos de nuestros políticos y medios de comunicación se les llena la boca con la palabra «turismofobia». En poco más de una semana los periódicos, las televisiones y las redes sociales se han plagado de debates sobre el turismo y esta nueva forma de «comportamientos radicales» que algunos (léase políticos de Ciudadanos y el PP y medios afines o ni siquiera tanto) han llegado a llamar «kale borroka».

Y sí, es importante hablar del problema del turismo porque algunas ciudades se nos están yendo al carajo; porque, como han explicado muy bien varios periodistas estos últimos días, el cacareo en contra de la «turismofobia» en realidad pretende esconder aquello que es mejor no ver: que por cada 143 euros que se gasta un turista, el gasto (sobre todo medioambiental) que supone su estancia en España es mucho mayor (fuente: «No todo vale por 143 euros» de José Luis Gallego en eldiario.es), que deberíamos estar hablando de las injusticias que se esconden detrás no de la «turismofobia» sino de lo que claramente se está convirtiendo en el «síndrome de Venecia» (fuente: «La turistificación» de Antonio Maestre en La Marea), que deberíamos hablar de «viviendafobia» o de las personas que, como los policías y médicos de Ibiza, han sido expulsadas de sus viviendas por el desorbitante incremento de precios (fuente: «Los ciudadanos españoles como figurantes de un parque temático turístico» de Iñigo Sáenz de Ugarte en eldiario.es). Esta información es esencial para poner el debate en su sitio y señalar que los que centran la discusión en las actuaciones de unos cuantos aventados están desviando la atención de los verdaderos problemas.

Además, habría que preguntarse en este contexto en el que se criminaliza al punto de llamar «kale borroka» a las protestas anti-turísticas, qué tiene que decir el Ministro de Interior Juan Ignacio Zoido sobre las actuaciones violentas de la policía en la madrugada del 8 de agosto, cuando un agente se rompió la tibia y el peroné mientras pateaba a un inmigrante. O de las condiciones inhumanas en las que viven los detenidos en los CIE (Centros de Internamiento de Extranjeros) custodiados por la Policía Nacional. O cuántos de los más de 500 casos de incidentes racistas ocurridos en 2016 se han perseguido y juzgado como crímenes (fuente: «500 incidentes racistas» de Nicolás Castellano en cadenaser.com). Y pensarán que qué tienen que ver los inmigrantes con los turistas. En teoría, para el Ministro Zoido no son tan diferentes. Recordemos sus declaraciones de principios del verano sobre los refugiados: «no es nuestra responsabilidad que decidan huir de su país«. Claro, es que uno decide huir y elegir destino como cuando se va de vacaciones. Los refugiados deciden huir y acaban como acaban. Pues que se hubieran quedado en sus casas, ¿no? No es responsabilidad del Ministro Zoido que se metan en esas pateras de mierda y decidan morirse en el mar. Tampoco lo es de la Unión Europea, claro.

Pero sí lo es. Amnistía Internacional lo denunció hace poco: “La UE está permitiendo que los guardacostas libios devuelvan a personas refugiadas y migrantes a un país donde la detención ilegítima, la tortura y las violaciones son la norma. La Unión está aumentando la capacidad de los guardacostas libios al mismo tiempo que cierra los ojos ante los graves riesgos inherentes de esta cooperación. (Fuente: Amnistía Internacional). Asimismo, la ONG Proactiva Open Arms denuncia, casi a diario, que sus barcos sufren amenazas de los guardacostas libios, financiados por Italia y la UE. Y que ambos están haciendo campaña para limitar el trabajo de ONGs como Open Arms, difundiendo información difamatoria sobre ellos. La misma campaña que ha defendido el Ministro Zoido con vehemencia. Esta ONG también ha denunciado que el barco C-Star, fletado por organizaciones de extrema derecha («Defend Europe»), les está amenazando para que dejen de rescatar personas a la deriva. Y no sólo eso: interceptan a los migrantes y les devuelven a manos de los libios, a sabiendas que en sus centros de detención se están cometiendo terribles violaciones de derechos humanos. En sólo el mes de julio uno de los barcos de Open Arms en el Mediterráneo ha rescatado a casi 400 personas que, de otra manera, hubieran muerto.

Algunos políticos nos dicen que abracemos el turismo, que no demos rienda a actitudes xenófobas, que seamos hospitalarios. ¿Dónde hay más xenofobia, en pinchar las ruedas de un autobús turístico o en cerrar los ojos ante las muertes de miles de extranjeros en nuestras costas? Porque esos que nos invitan a abrazar al turista son los mismos que justifican acciones como los asesinatos de 15 inmigrantes en el Tarajal (recuerdo: causa archivada), los que llevan, desde que comenzó la crisis de los refugiados, cerrando las puertas de este país a miles de personas que, simple y llanamente, están muriendo.