Este artículo ha sido publicado en El Correo, edición en papel, el domingo 25 de junio.

La figura del héroe siempre me ha resultado molesta o, cuanto menos, sospechosa. No me malentiendan, no me refiero a la persona que, movida por un impulso profundo de generosidad y amor al prójimo, pone en peligro su vida —muchas veces perdiéndola— por salvar a otro, sino a la comprensión del término y el uso general que le damos en nuestra sociedad actual. El malestar que me provoca el discurso sobre la heroicidad ha vuelto a despertar desde la terrible muerte de Ignacio Echeverría. Cada vez que se produce algo así me surgen las mismas preguntas.

¿Cómo se sentirá una madre cuando su hijo o su hija muere por salvar a otros? ¿Cómo una esposa o un marido, cuando están en plena vida y su pareja sacrifica esa vida y su futuro por alguien que no es un ser querido? A sus hijos les dirán que no lloren, que su padre fue un héroe, o su madre una heroína. A todos los que lloran, con pena, con rabia, con impotencia, les dirán lo mismo: que se tienen que sentir orgullosos, aceptar la muerte de la persona amada porque él también prefirió su muerte por salvar a otros, que ese sacrificio le convierte en alguien superior a todos los demás que quedan aquí, que lloran su ausencia. Se impone así un discurso del triunfo del bien sobre el mal, se anima a aquellos que sufren la pérdida a que se unan a la celebración de ese triunfo, a pesar del dolor. Así, me da la impresión de que la familia sufre doblemente. Primero, ante la muerte repentina del ser querido, que impide cierta preparación. Cuando se nos regala tiempo para despedirnos de alguien porque la muerte es anunciada con una larga enfermedad, da tiempo a arreglar las cosas, a prepararse de alguna manera. Me decía una amiga hace poco, con una tristeza profunda por la enfermedad de su padre, que a pesar de todo estaba contenta por haber hablado con él de muchas cuestiones pendientes y que esa enfermedad terrible le ha dado la oportunidad de descubrir a su padre de otra manera, de mejor manera. Él no podrá vivir mucho más, pero sé que mi amiga ha comenzado el duelo con tiempo, de la forma más sana y menos dolorosa posible. Por el contrario, la pérdida violenta, repentina e inesperada de un familiar provoca un trauma muy difícil de superar porque no estamos preparados para ella. En algunos casos, como el de las víctimas del terrorismo, a la ruptura radical hay que sumar que esa persona muere por culpa de un fanatismo injustificable. La víctima de un ataque terrorista muere en la más absoluta indefensión, sorprendida por el ataque, paralizada por el miedo. Es absolutamente inocente, sin importar los motivos que puedan esgrimir sus asesinos. Y en algunos pocos casos una víctima se rebela y, ante el abuso o ante el miedo a la propia muerte, intenta cambiar las tornas. Y muere.

Esto me lleva a la segunda razón de mi malestar: el uso que la clase política en particular
y la sociedad en general hace del concepto de héroe. Cuando el atentado del 11 de septiembre yo estaba en Estados Unidos. Muy pronto, a pie de calle y tal vez por influencia del relato que se empezaba a crear en las noticias y en los medios políticos, se comenzó a hablar de las víctimas del 11S como héroes, cuando en realidad, que se sepa, sólo algunos lo fueron: los que entraron en las torres (bomberos, policías, voluntarios) intentando salvar a sus ocupantes y murieron en el intento. Todos los demás fueron víctimas inocentes. Esto no les hace menos importantes, pero parece que en ese momento se necesitó convertirlos en héroes, celebrarlos como tales. Esta confusión entre víctima y héroe es cada vez más común. ¿Por qué? Tal vez porque hacerlo da sentido a su muerte cuando el sentido es imposible de encontrar en la motivación del victimario.

Idígoras y pachi

Viñeta de Idígoras y Pachi. Fuente:Jupsin.com

Nos hemos convertido en sociedades impotentes, atenazadas por el miedo, incapaces de entender y afrontar el terrorismo yihadista, de predecirlo. De alguna manera nos ocultamos detrás de la celebración del heroísmo porque crea unidad, crea consenso y rebela ante los ojos de la sociedad algo incuestionable e indiscutible: que somos mejores que ellos, que actitudes como la del joven Echeverría lo demuestran, que pese a su violencia brutal y nuestro miedo, siempre tendremos nuestros héroes. Los políticos son los primeros en poner al héroe de ejemplo, porque en buena medida les solucionan la papeleta inmediata: la atención se desvía hacia el civismo del sacrificado frente a la brutalidad de los victimarios, no nos preguntamos dónde estaba la policía en ese momento ni si nuestros gobiernos nos están dirigiendo irremediablemente hacia un mundo en el que la presencia del terror forma parte de nuestra vida cotidiana. La actuación del héroe oculta la evidencia de su falta de respuestas ante esta situación imprevisible, que nos sacude día sí, día también. Nosotros lo aceptamos porque también preferimos pensar, por lo menos por un día, que entre nosotros habrá alguien que nos asista ante el terror, que todavía entre nosotros los hay que muestran nuestros valores fundamentales: coraje, sacrificio, amor al prójimo. Y esta celebración se impone también a la familia de la persona que se sacrifica. ¿Cómo pueden negar ellos esa verdad? ¿Cómo mostrarse débiles cuando su hijo, su hermano, ha actuado con tanta valentía y firmeza? Las familias que sufren la muerte violenta y traumática de una víctima del terrorismo (sea héroe o no) necesitan llevar a cabo un duelo que normalmente es más complicado que el provocado por una muerte natural. No sólo es la pérdida inesperada, también viene provocada por un victimario ajeno al mundo de la víctima, cuyas razones somos incapaces de entender. Y ese duelo se impide —o por lo menos se suspende— en aras de la celebración colectiva y pública.

Por supuesto que necesitamos personas que no duden en actuar cuando son testigos de una injusticia o un abuso. Siempre las hemos necesitado: cuando en Euskadi teníamos otro tipo de terror instaurado en nuestro entorno hubo unos pocos que lo hicieron, aunque necesitábamos muchos más. Si no fuera porque de vez en cuando surge una de estas personas, nuestro mundo sería mucho más insoportable de lo que ya es y desaparecería nuestra confianza en el género humano. Sin embargo, deberíamos ser conscientes de las razones por las que necesitamos crear un discurso celebratorio sobre la heroicidad y qué ocultamos de nuestros miedos e inseguridades cuando de forma colectiva hacemos de la muerte de una persona una celebración de nuestros valores. También deberíamos plantearnos qué exigencias imponemos a las familias cuando en el momento de mayor desconsuelo les requerimos valor y entereza y les arrebatamos el derecho a un duelo íntimo y necesario.

3 comentarios en “No llores, tu padre fue un héroe

  1. Estoy totalmente de acuerdo con lo que dices, Edurne. Y el heroe siempre se construye desde lo militar, lo cual tambien impone sus papeles genericos. En este momento en EE.UU, cada soldado es heroe por el simple hecho de ser soldado, no por una accion concreta, valiente y generosa que haya tomado.

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  2. Me ha gustado mucho. Hay un matiz en este pobre hombre (Echevarría). Es un héroe involuntario. Probablemente vio como un hombre agredía a una mujer, no valoró un ataque terrorista. Vamos que no es un ciudadano español enfrentándose a los terroristas del ISIS con un patinete!. Hay otro matiz, en esta historia, interesante también y es el papel de los amigos……

    Bess

    Juan ________________________________ De: Edurne Portela Enviado: martes, 27 de junio de 2017 8:15:22 Para: juanportel@hotmail.com Asunto: [New post] No llores, tu padre fue un héroe

    Edurne Portela posted: «Este artículo ha sido publicado en El Correo, edición en papel, el domingo 25 de junio. La figura del héroe siempre me ha resultado molesta o, cuanto menos, sospechosa. No me malentiendan, no me refiero a la persona que, movida por un impulso profundo de «

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  3. Estoy de acuerdo. La quid de la cuestión no son las personas, como bien dices, que actuan generosamente en un momento de confusión o desesperación generalizada. El problem somos los demás, que necesitamos atribuírles cualidades sobre humanas porque no entendemos al ser humano, porque somos cobardes mayoritariamente y no lo haríamos, y ¿si no lo haría yo, quién? Pues alguién a quién bautizamos con cualidades sobre humanas, y así nuestra conciencia queda tranquila.
    Recuerdo que en los incendos forestales actuales los bomberos dijeron bien alto que no eran héroes eran bomberos, y cumplían con su comentido.
    Esta sociedad infantilizada necesita héroes para quitarse responsabilidades.
    Eso piendo.

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