Comparto este artículo de opinión que he publicado en El Correo (5 de diciembre de 2016)
Nos llevamos las manos a la cabeza porque Donal Trump ha ganado las elecciones. Y toda persona que cree en la igualdad, el respeto a los derechos humanos y los derechos civiles debería hacerlo. La cuestión se vuelve más inquietante cuando descubrimos que sus votantes no son solo esos «rednecks» (los blancos pobres e ignorantes) y la «altenative right» (un eufemismo para el neofascismo blanco), sino también parte de la clase media-alta blanca que se ha educado en buenas universidades y tiene una seguridad laboral que ya quisiéramos en España. Las elecciones en Estados Unidos han puesto al descubierto una realidad que estaba ahí mucho antes de Trump y que tiene sus raíces en la fundación misma de esa nación. La esclavitud y su continuidad en las leyes segregacionistas, la colonización del oeste y el genocidio de los pueblos indígenas, la feroz industrialización del país y la erradicación del movimiento obrero a través de la represión brutal, el expansionismo imperialista hacia el sur, la marginación de las mujeres y las minorías sexuales, todo ello tenía como trasfondo ideológico la supremacía blanca y masculina. Sobre estas tragedias se asienta el sistema capitalista del país. Y el mayor representante de ese capitalismo feroz es el presidente electo Donald Trump.
Nos asusta qué pasará en Estados Unidos cuando cualquiera de esos problemas irresueltos (racismo, sexismo, clasismo, homofobia, xenofobia) se vuelva a manifestar en eventos concretos (brutalidad policial, expulsión de inmigrantes, reformas legales contra derechos de la mujer, etc). Nos preguntamos horrorizados qué medidas tomará este loco peligroso para reprimir cualquier resistencia a su proyecto de una «América grande». Y sin embargo, no cuestionamos en absoluto lo que ha permitido que un personaje como Trump se convierta en presidente de Estados Unidos: el sistema capitalista del que magnates como él se alimentan. No sólo no lo cuestionamos sino que aceptamos sin resistencia las prácticas capitalistas que invaden la sociedad americana y que en buena medida han contribuido a su desmovilización y al continuo crecimiento de la separación entre los más privilegiados y los menos. El capitalismo feroz invita a consumir como forma de «estar» en el mundo: si no consumes, no existes; si consumes y alcanzas a tener lo que deseas, eres feliz y adquieres un estatus. Lo demás, no importa. Durante todo el año las tiendas en Estados Unidos están orientadas a campañas publicitarias en torno a celebraciones concretas que se han convertido en el motor del consumismo, incluso en los supermercados: rosas y chocolates para San Valentín, conejitos y huevos también de chocolate para Pascua, banderitas americanas y galletas blancas rojas y azules para el 4 de julio, calabazas recortadas y adornos terroríficos para Halloween; justo después de esta fiesta comienza la locura, que va desde los pavos de Thanksgiving y el famoso Black Friday hasta Navidad. En Estados Unidos la Navidad comienza ese mismo viernes negro, que debería llamarse así en honor a las víctimas aplastadas en las avalanchas por entrar en algunos grandes almacenes. Según la revista The Balance, el 30% de las ventas anuales se producen entre el Black Friday y Navidad. La misma revista señala que la media de gasto por persona es de unos 300 dólares y que el año pasado salieron a comprar unos cien millones de personas, casi más de los que salieron a votar el pasado 8 de noviembre.
Hasta hace poco en España nadie sabía qué era el Black Friday, tampoco los niños se disfrazaban en Halloween. Todo esto pertenecía al mundo de las películas. Y sin embargo, en los últimos ¿cuatro años? se han impuesto las dos celebraciones. No soy amiga de las teorías conspiratorias, pero creo que Halloween no es una moda inocente. Según la revista Time, en 2015 los estadounidenses se gastaron $6.9 billones en caramelos, decoraciones, disfraces y tarjetas de felicitación. Por su parte, el Black Friday ha sido impulsado por las grandes cadenas comerciales, en su mayoría multinacionales y con sedes también en Estados Unidos. Para el pequeño negocio, sobre todo de ropa, poner rebajas tan pronto durante la campaña de otoño-invierno es suicida. De hecho, antes había leyes que prohibían las rebajas antes de Navidad. ¿Qué ha pasado con esas prohibiciones? ¿Dónde está la protección a las pymes? Estamos permitiendo un capitalismo agresivo que alimenta sólo a los más grandes y que, como en Estados Unidos, marca nuestros ritmos de consumo. Adoptamos costumbres sin ninguna riqueza cultural, nos cargamos la singularidad de nuestro comercio, nos dejamos influir por una homogeneización en el gusto y las costumbres que nos adormece y que lo único que hace es incitarnos al consumo. En definitiva, nos estamos volviendo idiotas consumidores que por pensar que tenemos, existimos, y que todo lo demás es secundario. Y ese deseo de conseguir lo que uno quiere cuando lo quiere, sin importar a quién perjudica o qué ramificaciones colectivas tiene, también puede ser un motivo para votar a alguien como Trump.
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